domingo, 22 de febrero de 2015

Intervención de Ovidio Rozada en el debate sobre modelo cultural de Gijón

Transcripción de la intervención de José Ovidio Álvarez Rozada, directivo de la Sociedad Cultural Gijonesa, en el debate sobre el modelo cultural de Gijón, organizado por el Club de la Nueva España de Gijón el 12 de febrero de 2015. El debate contó también con la participación de Silvia Cosío, en representación de SOS Cultura, y fue presentado y moderado por Luis Miguel Piñera.

Agradecimientos

Muy buenas tardes a todas y todos.

Quisiera, en primer lugar, agradecer en nombre de la Sociedad Cultural Gijonesa esta invitación al Club de la Nueva España y, en especial, a Luis Miguel Piñera. Luis Miguel es un destacado estudioso e historiador de la vida social de Gijón, y es también un socio histórico de nuestra entidad.

Introducción

Para que se comprenda la óptica desde la que  voy a abordar el análisis del modelo cultural de Gijón, creo que debo comenzar recordando algunos aspectos acerca de la historia y el espíritu de la Sociedad Cultural Gijonesa.

La Sociedad Cultural Gijonesa fue fundada en el año 1968, por un grupo de personas vinculadas a la lucha sociopolítica contra el franquismo, que participaban de lo que por entonces, en los compases finales de la dictadura, se denominaba la alianza de las fuerzas del trabajo y las fuerzas de la cultura. Esto consistía en promover el acceso de las capas populares de la población a todos esos contenidos que suelen denominarse cultura: la literatura, el cine, las artes escénicas…, pero también la divulgación científica, el conocimiento de las ciencias sociales y la filosofía; a todos aquellos saberes que permiten el enjuiciamiento crítico del presente y la propia comprensión de la realidad en la que se vive. Un acceso participativo, donde las capas populares no debían ser sólo receptores sino también actores, y donde los generadores de cultura eran llamados a involucrarse en el ritmo del presente político, y a asumir su responsabilidad como productores de conciencia social.

 El acceso al saber y a las artes, a todo eso que suele identificarse como cultura, es el verdadero cimiento para la construcción de una ciudadanía democrática. Y por ello ha de ser entendido como un derecho humano fundamental, que no puede ser coartado ni quedar al albur del puro interés económico. Tal fue el espíritu y la convicción con los que surgió la Sociedad Cultural Gijonesa, en la fase terminal del franquismo, y entendemos que aquellos planteamientos cobran plena actualidad hoy, cuando la crisis económica ha acabado precipitando una profunda crisis de nuestro modelo político y social.

No me parece baladí precisar que en un sentido mucho más general y profundo que el que suele utilizarse, la cultura es lo que durante los siglos XVIII y XIX se llamaba el espíritu del pueblo y, anteriormente, la gracia. Es decir, el modo de vida y el carácter de una sociedad: el sistema general e histórico que forman su modelo político, económico, su realidad sociolingüística y sus procesos de generación de sentidos e identidades colectivas. Un entramado complejo, que se imbrica en una realidad regional, nacional e internacional cambiante, y donde la elección de un modelo u otro, la selección de unos conceptos y unos discursos frente a otros no es algo inocente, sino que tiene que ver, en último término, con un proyecto de sociedad; y en nuestro caso, con una propuesta de ciudad. Con el Gijón que queramos ser.

Análisis del modelo cultural de Gijón

Desde las claves anteriormente expuestas, al encararnos con la vida cultural de Gijón, creo que podemos concluir que ésta presenta en la actualidad una cierta parálisis que contrasta vivamente con la efervescencia con que contó en épocas pasadas. No hay en la actualidad un modelo cultural reconocible en la ciudad, que dé coherencia y personalidad a las diferentes actividades y eventos, y las variadas instalaciones municipales carecen, en muchos casos, de programación suficiente y de facilidades, como pudieran ser  tasas más asequibles, para que el elemento ciudadano pueda crearla.  Sin embargo, ello no es a mi juicio achacable únicamente al actual gobierno municipal, sino que responde a una situación previa de agotamiento y falta de renovación. Para comprenderlo en toda su extensión, entiendo que es necesario proceder desde una perspectiva histórica.

a) Años 70

En los años setenta y durante la transición, Gijón gozaba de una rica vida social, vinculada con su condición de ciudad obrera, que tenía su expresión en el activismo vecinal, sindical y, en su sentido más amplio, ciudadano. Era una época dominada por el ansia de libertad y de mejora social, en que se pugnaba por conquistar derechos civiles, tantos años yugulados, y se reclamaba la creación de infraestructuras y servicios para los barrios y extrarradios. Fue también la época en que se culminó el acceso masivo a la educación de los sectores populares. Todo ello trajo consigo nuevas aspiraciones e inquietudes que cristalizarían años después en relevantísimas corrientes artísticas y musicales, como pudiera ser el Xixón Sound.

b) Años 80-90

Posteriormente, en los años ochenta y sobre todo en los noventa, Gijón alcanzó su época de máximo esplendor cultural. Ese tejido social efervescente al que me he referido, generaba un potente pulso que acabó impregnando el plano institucional. En efecto, en aquellos años se hizo una atinada política cultural desde el ámbito municipal, que se conjugó también con fuertes inversiones y una vigorosa apuesta, que terminó por transformar a nuestra ciudad en un auténtico referente.  Es en ese momento cuando se crea la Semana Negra, como un festival literario volcado sobre el género negro, que acabaría convirtiéndose en evento cultural y lúdico, con conferencias, presentaciones de libros o atracciones de espectro amplio. Es también el momento, ya con Juan José Plans, pero fundamentalmente bajo la dirección de Cienfuegos, en que el Festival de Cine deja de ser un festival dedicado al cine juvenil e infantil, para convertirse en un certamen de más enjundia, que acabó por orientarse al campo del cine independiente. Es también el periodo en que se desarrolla un ambicioso ciclo de macroconciertos que traerían a Gijón a estrellas internacionales como los Rolling Stones, Bon Jovi o Tina Turner.  Y asimismo, es la época en que se crea una importante escena teatral, también con perfil característico y reconocible, en torno al Teatro Jovellanos.

Pero junto a esto, se avanza en otra serie de capítulos que, desde la perspectiva de la Sociedad Cultural Gijonesa, son incluso más importantes, por cuanto contribuyen a posibilitar el acceso continuado de los sectores populares a los contenidos que suelen sobreentenderse como cultura, desde una perspectiva participativa. Se trata de la creación de una amplia red descentralizada de centros municipales y bibliotecas; espacios públicos, de gestión municipal, que cuentan con instalaciones para la proyección de películas, las representaciones teatrales, o para el estudio y la lectura. Y a ello añadiría también todas las iniciativas de arte y música en la calle.

c) Siglo XXI: crisis del modelo cultural

Ese modelo cultural comenzó a dar signos de agotamiento con la llegada del siglo XXI. No se trata tanto de la reducción de inversiones, cuanto de la ausencia de cohesión entre los diferentes contenidos y actividades culturales, la pérdida de la idiosincrasia y la descoordinación con otros agentes culturales como puedan ser la Laboral Centro de Arte. Hay varias razones que han influido en esta situación.

De una parte, es obvio que la crisis económica ha reducido sustancialmente las inversiones en materia cultural, tanto a nivel público como privado. Pero debemos entender que el problema es mucho más profundo y desborda absolutamente el ámbito de Gijón. El fondo de problema hemos de verlo incluso a escala internacional. Durante las últimas décadas, hemos vivido la pujanza del modelo socioeconómico neoliberal, que ha dejado su impronta no sólo en el campo político, alentando la privatización de los servicios públicos y la reducción de los derechos y la protección social y laboral, sino también en la propia concepción de las artes o las humanidades como elementos que deben quedar subordinados a principios puramente mercantilizadores. Y todo ello, bajo en la idea de que el libre mercado es un asignador eficiente de recursos, en virtud de una supuesta capacidad autorreguladora (la vieja idea de la mano invisible), siendo así la libre competencia  el factor por antonomasia de generación de riqueza social y el capital privado el gestor más eficaz. De esos supuestos se sigue que cualquier elemento que buscase corregir las dinámicas de la competencia, o cualquier medida tendente a la redistribución de la riqueza o que abogase por la gestión pública de los recursos o servicios, sería una rémora para el progreso y el crecimiento. No hace falta decir que la actual crisis económica ha puesto en cuestión, de manera dramática, todos esos supuestos, así como el propio proceso de construcción europea, que en definitiva ha estado guiado por ese modelo neoliberal. Pero en lo que nos ocupa, hay que decir que la consecuencia de esos planteamientos es que el derecho al acceso a la cultura (artes, ciencias, filosofía…) pasa a quedar subordinado a la generación de beneficios económicos para agentes privados.

A nivel español y Asturiano, aunque no sea el caso de Gijón, ese modelo económico y sociopolítico ha alentado la burbuja inmobiliaria y ha traído consigo la generación de macroinfraestructuras, como puedan ser la Ciudad de las Ciencias y las Artes de Valencia o el Niemeyer. Edificios mastodónticos que han acabado siendo auténticos cascarones vacíos, donde la generación del espacio precedía al proyecto y a la definición de las estrategias y propuestas para construir un nodo de elaboración cultural, generándose, eso sí, golosísimos negocios para las constructoras y las entidades bancarias involucradas en la financiación. El inicio de la crisis y la merma de las dotaciones económicas han dejado espacios yermos donde resuenan los ecos de promesas que no pasaron de tales. Y paralelamente, esa apuesta cultural vino a descuidar el mantenimiento de iniciativas de barrio, o a escala general de ciudad, mucho más modestas, pero que hubieran generado un cierto tejido ciudadano y hubieran podido mantenerse en mitad de la crisis.

Es cierto que ese modelo socio-político al que hemos hecho mención estuvo amortiguado durante cierto tiempo, en lo que respecta al campo cultural de Gijón, por la propia fisonomía obrera de la ciudad y por la pujanza de su tejido social; pero Gijón no fue ajena a sus repercusiones en otros aspectos, como nos recuerdan el Solarón, el Metrotrén, la ausencia de una estación de autobús segura y proporcionada a las necesidades de la ciudad, o la explanada vacía del Muselón, con toda la polémica y la rodadura judicial que está generando la gestión de los fondos invertidos en él. Pero aquí me importa referirme, más en general, al agotamiento endémico de la propia estructura económica de Asturias, que ha venido determinado por la incapacidad de ajustarse a la dinámica internacional. En efecto, Asturias, y también Gijón, padecen desde hace décadas de unos importantes márgenes de desempleo juvenil y de falta de expectativas de desarrollo profesional para una juventud hipercualificada. La consecuencia ha sido una importante tasa de emigración y de envejecimiento poblacional, que se ha dejado sentir en su vida cultural al bloquearse el relevo generacional. En ese sentido, uno de los factores que explican el agotamiento del modelo cultural de Gijón es un esclerosamiento de sus propios agentes por una falta de renovación, convirtiéndose en una suerte de capa social que se ha imbricado en el tejido institucional de Gijón, y que sigue reiterando una serie de mecanismos y de propuestas que ya no funcionan igual que en el pasado, y que no permiten conectar eficientemente con la gente más joven.

Hay que decir, asimismo, que las políticas en materia cultural y educativa del gobierno de España del Partido Popular han sido tremendamente lesivas. La reforma educativa de Wert ha reducido a la mínima expresión la presencia curricular de plástica, música, filosofía, historia… Toda una declaración de principios que obedece a un crudo utilitarismo al servicio del interés empresarial, que persigue arrumbar a todas aquellas disciplinas que puedan brindar elementos para el cuestionamiento crítico del presente, al tiempo que se avanza, en las claves del proceso de Bolonia y en buena medida de la mano del PSOE en esta cuestión, hacia un modelo educativo cada vez más elitista y segregador. En definitiva, estamos ante el entronizamiento de una racionalidad puramente instrumental, la razón de los llamados mercados y sus exegetas del Eurogrupo y la Comisión Europea, al tiempo que se trata de hacer opaca cualquier discusión racional y democrática de los fines que se persiguen como sociedad.

Verdaderamente indicativo, en este sentido, es el establecimiento del IVA cultural en el 21%, tratando quizás de castigar por su implicación política a unos colectivos, por norma general, díscolos y reivindicativos, pero perjudicando con ello a un elemento esencial tanto para un ocio constructivo y la generación de un sentido ciudadano crítico, como para el desarrollo de una actividad económica que en otros países, fijémonos en el ejemplo del cine francés, rinde importantes beneficios económicos a la sociedad. Y a ello hay que sumar también políticas timoratas, cuando no seguidistas de la SGAE, como ocurrió en su momento con la Ley Sinde del PSOE, que benefician a los creadores consolidados, e imponen una serie de cánones de dudosa legitimidad, pero establecen una serie de limitaciones a la difusión que perjudican a los artistas noveles.

Es preciso contemplar otro elemento, de carácter general. La revolución de la tecnología digital, con la difusión masiva de los ordenadores personales e internet, la aparición de las redes sociales y los smartphones, ha producido una auténtica transformación de las pautas de difusión, consumo y elaboración. Han surgido nuevos soportes para la elaboración artística, nuevos sistemas de compra, y elementos de copia y difusión que dejan obsoletas las legislaciones que había hasta el momento, descolocando a las discográficas o a las productoras, que movilizan sus recursos jurídicos y políticos para mantener su posición, pero que tienen que enfrentarse a la postre a una reconfiguración profunda de los sectores musicales o audiovisuales, ante la que no cabe poner puertas al campo. La creación de las redes sociales y la propia telefonía móvil han modificado las pautas de relación interpersonal, transformando las formas de compartir y consumir este tipo de servicios.

Esa ausencia de renovación generacional a la que hemos hecho mención más arriba, ha condicionado que esta transformación haya sido asumida de manera poco efectiva por los espacios y agentes culturales de nuestra ciudad. Aunque  hay que reconocer, a otra escala, que se han creado telecentros y otros ámbitos en que se ha integrado a las nuevas tecnologías de forma funcional.

d) La llegada de Foro Asturias

Es en esta circunstancia, en la que el modelo cultural gijonés ya padecía de una importante fatiga, cuando se produce el cambio de en el gobierno municipal, y Foro Asturias llega a la alcaldía. A mi juicio, Foro tienen una concepción tremendamente estrecha de la actividad cultural, que minusvalora completamente los grandes referentes que había conseguido consolidar la ciudad; véase la consideración que se tiene hacia la Semana Negra. Esto se tradujo en una gestión absolutamente errática de los responsables municipales, que tuvo su mayor exponente en el concejal de cultura, el señor Carlos Rubiera, quien comenzó su mandato con unas maneras autoritarias y personalistas, desatando una confrontación con la organización del Festival de Cine, que culminó con la sustitución de su director y acabó por desvirtuar el certamen por completo. Otro aspecto más que discutible fue la creación del Festival del Arco Atlántico, el cual tuvo una desmesurada inversión presupuestaria y, sin pretender desmerecerlo por completo, considero que tuvo un encaje complejo en la vida de Gijón y en el resto de su programación cultural. Finalmente, tras unos inicios de gran resonancia pública, dominada por la polémica, el concejal de cultura acabó adoptando un perfil muy discreto, que lo hace casi invisible.

En conjunto, podría decirse que la gestión cultural de Foro se caracteriza por una suerte de paternalismo, según un esquema obsoleto de administrador y administrado, donde se generan unos contenidos muy definidos y predeterminados, que además carecen de la debida pluralidad para tratar de atender a las diversas sensibilidades, que se le sirven a la ciudadanía ya cocinados, sin que existan cauces para que ésta pueda articular propuestas. Un buen exponente de esta manera de funcionar es el Proyecto de Reforma de la Antigua Escuela de Comercio de Gijón. Se trata de un proyecto que contempla brindar espacios a asociaciones culturales, y que cuenta con una financiación absolutamente desmesurada, una macroinversión. Se trata sin embargo, y esta es la principal línea de crítica, de un proyecto hecho de espaldas a las necesidades del tejido asociativo de Gijón, que genera un agravio comparativo al considerar en exclusiva una cesión al Ateneo Jovellanos y al Ateneo Obrero, dejando al margen al resto de asociaciones de la ciudad. Desde la Sociedad Cultural Gijonesa hemos pedido que ese proyecto se replantee desde su base, partiendo de un diálogo con las asociaciones para conocer sus necesidades y persiguiendo el beneficio de todas ellas. En ese sentido hemos  dirigido, por boca de nuestro presidente Pedro Roldán, una pregunta a la alcaldesa Carmen Moriyón durante el pleno municipal, arrancando un compromiso de reunión que hoy (más de un mes después), aún no se ha concretado.

Otro ejemplo de esta forma de proceder es  la rehabilitación del edificio de la Tabacalera, para el que se ha planteado la convocatoria de un concurso de ideas, con una dotación presupuestaria en torno a 60.000. Da la impresión de que se trata de un proceso de privatización encubierta de espacios públicos: otorgar a una empresa privada, la que resulte ganadora del concurso de ideas, la gestión de un espacio que es de todo Gijón, o debería de serlo, para hacer un negocio que redundará fundamentalmente en beneficio privado.  De nuevo el mantra de la mayor eficiencia de la iniciativa privada a la hora de gestionar los recursos.

Los retos del presente: trabajar de nuevo a Gijón en sus aceros

Pese a este bosquejo, que podría parecer asaz pesimista, he de decir que hay notas para la esperanza. Siguen existiendo en Gijón, bajo esa corteza casi petrificada de su actual vida cultural y pese a todos los condicionantes que he desgranado, movimientos pujantes, que quizás no encuentran elementos de conexión con el plano institucional ni consiguen visibilizarse todo lo que debieran, pero que contienen el empuje y la fuerza de resistencia de la que puede surgir una renovación. La iniciativa SOS Cultura, que hoy nos acompaña en la mesa, es una buena muestra de ello.

El modelo de ciudad de Gijón debe reinventarse a todos los niveles, en el marco de esta profunda conmoción que está sufriendo el sistema político y socio-económico español; a escala económica, a escala social, y también en el plano artístico y en el campo de la difusión cultural. Es necesario mirar hacia nuestro pasado para componer una alternativa de presente, que no pierda de vista aquellas señas sobre las que se construyó su identidad característica, pero que tampoco caiga en el error de querer repetir tal cual fórmulas, eventos o certámenes, por ejemplo, que fueron exitosos en su momento, pero que posiblemente no se ajusten ya a los ritmos y a los requerimientos del presente. Es necesario, en suma, avivar el ingenio para volver, desde un empeño colectivo, a trabajar a Gijón en sus aceros.

Hace falta poner en pie un modelo cultural para Gijón de carácter hondamente participativo. Pero esa participación no ha de ser un subterfugio para legitimar la externalización de servicios, sino la articulación de fórmulas para que la ciudadanía en su conjunto y los actores directamente implicados en los diversos capítulos de la actuación municipal, el campo que suele consignarse como cultura en lo que nos ocupa en este caso, puedan ser consultados de manera vinculante o contar con cauces efectivos para elevar propuestas de manera sencilla. Todo ello desde una defensa férrea de los servicios municipales, de la gestión pública, y del mantenimiento de unas instalaciones municipales a disposición de la ciudadanía, sin menoscabo de reconocer la necesidad de contar con otros agentes de la propia sociedad civil gijonesa. Y es necesario remarcar aquí, que la piedra angular de todo este planteamiento es que eso que suele llamarse cultura es un derecho, como lo son la sanidad o la educación; y que justamente por eso a las administraciones les corresponde su promoción y salvaguarda. Pues frente a los cantos de sirena del neoliberalismo, que pretendía, desde una supuesta asepsia ideológica, vendernos las virtudes taumatúrgicas del mercado libre como fuente de un armónico progreso social (la persecución del lucro individual produciría el beneficio colectivo), lo que nos ha demostrado la crisis que estamos padeciendo es que sólo las administraciones públicas, un estado y ayuntamientos que se guíen por criterios sociales, pueden ser la salvaguarda de la igualdad, la distribución de la riqueza y los derechos y libertades personales.

No podemos olvidar nunca que el modelo de cultural que se promueve depende de una visión de lo que tiene que ser la sociedad. Por eso debemos permanecer alerta ante  la pretensión de que existen unos criterios puramente técnicos para gestionar una ciudad o las diversas prestaciones, servicios o actividades que se desarrollen en ella. Plantear facilidades para la implantación de franquicias y multinacionales en espacios característicos de nuestra ciudad, el que a lo largo de la Calle Corrida o en la Plaza de Italia podamos ver conocidas cadenas de hamburgueserías u otras multinacionales, no es sólo una cuestión estética; tiene que ver con una serie de elementos que transforman nuestra forma de relacionarnos, que cambian las pautas de ocio y que tienen unos efectos dramáticos sobre el comercio local, que difícilmente puede competir con este tipo de establecimientos. Por eso, alentar desde las posibilidades que ofrezca la política municipal unas iniciativas u otras, no es algo inocente ni algo que pueda ventilarse apelando a unos supuestos y descarnados criterios técnicos, sino que depende de una opción de vida: del Gijón que queramos ser. En conclusión: la clase de cultura que se hace depende de la que clase de persona que se es y del modelo de sociedad al que se aspire; no es un traje que se quite y se ponga.


¡Muchas gracias!

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